El primer paso para adentrarte en el mundo de la inversión es saber la diferencia entre un activo y un producto financiero. Suenan igual, ¿verdad? Pero no lo son.
Esto es como cuando compras un tomate. El propio tomate será el “activo”, o materia prima, y el “producto financiero” será el cómo te lo ofrecen: en gazpacho, salmorejo, en ensalada…
Llevado al mundo financiero, un activo sería la renta fija, la renta variable, los inmuebles, materias primas e incluso las propias empresas, si montas una panadería o eres socio en una charcutería. Estos activos tienen tres características que no vas a parar de escuchar en este “mundillo”: rentabilidad, riesgo y liquidez (recuerda esto: ¡ojo con el binomio rentabilidad-riesgo!).
Te damos una pincelada rápida de estos tres términos: lo que esperas ganar (rentabilidad), la posibilidad de que salga mal y perderlo todo o casi todo (riesgo), y la facilidad de recuperar tu dinero (liquidez).
Estos activos se pueden comprar en forma de depósitos, bonos, fondos de inversión, acciones y planes de pensiones. Todos éstos son productos financieros. Es cierto que no hay un producto que sea la panacea, depende de muchos factores: ahorros, rentabilidad, horizonte temporal…, es decir, de lo que busques y del riesgo que estés dispuesto a asumir.
Echa un vistazo a esta infografía para que te quede todo más claro:
No te desanimes si este bloque te cuesta un poco más, ¡estamos aquí para aprender!